Escribió de nuevo lo que quería decir, y una vez más lo arrugó y lo tiró al montón de descartes. Nunca se le había dado bien expresarse para otra persona, sólo para él mismo, pues se conocía medianamente bien. Los demás no podían llegar a ese nivel, quizás nunca llegaran ni a la superficie. No se había abierto más que a unas cuantas personas escogidas, aquellas que había pensado que eran merecedoras de miradas cómplices y palabras largas. Pero muchas resultaron no ser lo que parecían; y es que, como bien supo a medida que vivía más primaveras, jamás podría llegar a conocer a alguien completamente, ni a sí mismo. Quizás eso es lo bello de las demás personas, pues cada día pueden llegar a sorprenderte con algo distinto que no habías visto, un detalle insignificante que se te había pasado por alto. Qué aburrido todo si nos conociéramos desde el principio y para siempre. Las lágrimas y las sonrisas, las angustias y suspiros son tan necesarios como el respirar a medida que te topas con alguien por el camino.
No cogió inmediatamente otro papel, sino que cerró los ojos y dejó que el tímido calor se posara en su rostro por un momento. Le sacudió para que se levantara y volvió a intentar escribir. Siempre empezaba con la misma frase, aunque sólo le convencía cuando el minutero estaba en el minuto exacto. "Cuando el viento nos deje, ven a verme" El reloj marcaba las 23.32, por lo que la tachó por considerarla de nuevo absurda. A las 23.35 la volvería a escribir.
Cuando la terminó, la metió en un sobre y salió a la calle. En un parque la dejó, en un sitio visible para ojos inquietos. "Para ella" rezaba el sobre. Y de regreso a su casa comenzó a esperar.