viernes, marzo 22

El minuto exacto

Escribió de nuevo lo que quería decir, y una vez más lo arrugó y lo tiró al montón de descartes. Nunca se le había dado bien expresarse para otra persona, sólo para él mismo, pues se conocía medianamente bien. Los demás no podían llegar a ese nivel, quizás nunca llegaran ni a la superficie. No se había abierto más que a unas cuantas personas escogidas, aquellas que había pensado que eran merecedoras de miradas cómplices y palabras largas. Pero muchas resultaron no ser lo que parecían; y es que, como bien supo a medida que vivía más primaveras, jamás podría llegar a conocer a alguien completamente, ni a sí mismo. Quizás eso es lo bello de las demás personas, pues cada día pueden llegar a sorprenderte con algo distinto que no habías visto, un detalle insignificante que se te había pasado por alto. Qué aburrido todo si nos conociéramos desde el principio y para siempre. Las lágrimas y las sonrisas, las angustias y suspiros son tan necesarios como el respirar a medida que te topas con alguien por el camino.

No cogió inmediatamente otro papel, sino que cerró los ojos y dejó que el tímido calor se posara en su rostro por un momento. Le sacudió para que se levantara y volvió a intentar escribir. Siempre empezaba con la misma frase, aunque sólo le convencía cuando el minutero estaba en el minuto exacto. "Cuando el viento nos deje, ven a verme" El reloj marcaba las 23.32, por lo que la tachó por considerarla de nuevo absurda. A las 23.35 la volvería a escribir.

Cuando la terminó, la metió en un sobre y salió a la calle. En un parque la dejó, en un sitio visible para ojos inquietos. "Para ella" rezaba el sobre. Y de regreso a su casa comenzó a esperar.

2 comentarios:

John Keats dijo...

No dudes que es más bello no conocer, que saberlo todo.

¿Qué gracia tiene la vida, si lo tienes todo ya hecho?

¿Ella apareció?

Aura Gris dijo...

No conocer es lo que te da sorpresas, tanto buenas como malas.

No sé si apareció...quizás quiso pero no supo a dónde ir.