lunes, abril 8

Sonriendo por la calle

Llamémosla Marina. De vez en cuando la veía en una de mis clases pero casi nunca hablaba con ella. Parecía tímida. Yo también. Un día desapareció y no volví a verla, hasta que un día me la encontré de nuevo y hablamos como si lo hubiéramos hecho siempre. Es curioso cuando te cruzas con alguien en un lugar donde ninguno se conoce y afloran las ganas de acercarse a la persona mínimamente conocida.

Hoy la he vuelto a ver, pero de lejos. Algo me hizo mirar hacia ella y la vi sonriendo, andando sola por la calle. Eso me hizo sonreír a mí. Es bien sabida mi reticencia hacia las personas que tienen una constante sonrisa en la cara, pero la suya me pareció bella. Imagino que pensaba que nadie la veía, imagino también que se la escapara por algo que la habría pasado y fuera un gesto involuntario. Quizás recibió una llamada o un mensaje con unas palabras esperadas, o mejor aún, inesperadas; y de repente, sin quererlo, torció la boca en una bella forma. Pensé que ojalá todos tuviéramos una vez al día un motivo para sonreír así.

Y ahí estaba ella, sola, con una sonrisa deslumbrante que no era para nadie sino para ella misma.

Me alegraste la tarde lluviosa, Marina. Gracias.

1 comentario:

John Keats dijo...

Estaba sola, por eso era sincera. Nadie sonríe solo de forma hipócrita.

¿Sigue usted sonriendo ahora?