lunes, diciembre 20

Relato (quinta parte. Final)

Los que no tenían hachas, se hicieron con azadas, y si no encontraban acababan con cuchillos en las manos, y algunos incluso simplemente llevaban palos como si de armas se tratara. Aunque todos coincidían en algo: las antorchas. Una ola de fuego inició una marcha hacia el bosque el cual vio cómo se acercaba el siniestro resplandor, y por primera vez en mucho tiempo pudo notar la maldad del hombre. El aire estaba viciado y cada vez podía sentir más de cerca el odio y la podredumbre. Por eso no le gustaban los seres humanos, contaminaban a su paso. Ya estaban cerca, se ensuciaba el ambiente por momentos.

La marcha la formaban unos veinte hombres. Algunos de ellos ya habían huido antes de marchar aterrorizados por la sola idea de entrar en ese bosque en busca de la señora Julia. Los rumores de su vida se gritaban en silencio esos días. Se contaba que hacía años un conde se había enamorado locamente de una de sus sirvientas hasta tal extremo que mató a su esposa para poder casarse con ella. Ésta, al ver tal atrocidad, mató al conde por miedo a su locura y huyó, dicen, con sus riquezas escondiéndose en una aldea cercana. Allí formó una familia al margen de todo, hasta que alguien la descubrió e incendió su casa en busca de algo que no sabían si existía. Pero el fuego es traicionero y se extendió sin control por toda la aldea formando una gran estampida de gentes que corrían sin dirección. Julia era una de esas personas que corrían y acabó en otra aldea implorando agua y asilo. Se decía que esa señora era aquella sirvienta y lo habían llegado a creer como si fuera cierto, pues la mente de los hombres se nubla con facilidad.

La cuidaron y observaron atentamente. Intentaron ganarse su confianza, pero la vieja escondía sus palabras cautelosamente. Entonces la cordialidad se tornó siniestra. Todos querían partes de ella y lo que no sabían era que lo estaban consiguiendo, pues la acabaron robando ya que nada de su persona se podía intuir al final.

Qué horrible escalofrío al contemplar el bosque, Qué horrible sensación. La muerte, sin duda, estaba allí con ellos sabiendo que ese día no se iría sola. Pero alentados por el odio entraron.

Dentro, Julia notaba que algo pasaba. Las ramas se movían con violencia y el aire arrastraba un olor extraño. El ambiente guardaba malos presentimientos, Julia sentía que se ahogaba, su corazón no conseguía calmarse y no entendía el por qué. Maldita sensación de ignorancia y desasosiego. No sabes lo que te turba pero está presente continuamente delante de ti, dentro de ti. Te desesperas buscándolo, pero tu obsesión acaba en nada. Pero la búsqueda de Julia llegó a algo y además tomó forma: la humana. No tuvo mucho tiempo para reaccionar, pero lo que sí tuvo claro es que no quería esconderse como una ruin rata aunque el viento intentara lo contrario. Toda su vida en la aldea la había pasado en silencio, dejaron que absorbieran su esencia, su vida...posando los ojos siempre en un punto fijo y sin detenerse a mirar nada más.

-Allí está-oyó que decía una voz.

La valentía que había sentido hacía unos segundos se esfumó de pronto para volver un instante después enormemente debilitada. Las reacciones imaginadas nunca concuerdan con las reales, te acaban temblando las piernas y la respiración se vuelve difícil hasta que de verdad eres consciente de qué te está pasando. Las reacciones son tremendamente imprevistas.

Los hombres del pueblo habían tenido serias dificultades para llegar hasta el centro del bosque. Un viento terrible y árboles que aparecían donde menos se lo esperaban retrasaban su marcha y ponían en peligro la vida del fuego. No sabían cómo habían llegado hasta allí. La muerte, muy astuta, les había indicado el camino amablemente, pues deseaba terminar antes de que se hiciera de día.

-¡Allí está!-gritaron esta vez.

Un remolino de hojas se interpuso entre ellos y Julia impidiendo la visión. Ante tal terror, dos de ellos ya no pudieron aguantar más y salieron corriendo de allí mientras otros tantos lo intentaban.

-¡Sucios cobardes! No os mováis. Nosotros somos hombres y ella es tan sólo una vieja. No os dejéis intimidar por esto.

Para ellos Julia seguía teniendo apariencia de anciana puesto que sus ojos no sabían ver y nunca sabrían.

-No...¡no! Para, por favor-le suplicó Julia al bosque-Si están aquí, si han logrado encontrarme, no me dejarán nunca tranquila. Lo único que puedo hacer es enfrentarme a ellos.

El muro cayó al suelo suavemente ante la mirada de todos. Silencio.

-¿Por qué estáis aquí?

-¡Mataste a mi esposa!-gritó el marido de Ivana-Debes pagarlo.

El rostro de Julia se tornó blanco. No, no podía ser...su alma se había fragmentado. Le faltaba el aliento y no era capaz de pensar en nada, se fue lejos de allí, no sabía dónde y comenzó a murmurar frases sin sentido.

-Dios mío...está intentando hechizarnos. ¡Huyamos antes de que sea nuestra perdición!

Otros cuatro hombres salieron despavoridos ante los improperios de los demás. Aunque los que se quedaron deseaban marcharse tanto como ellos, no conseguían moverse, tenían miedo de que si daban un paso algo les pasaría. El miedo les retenía allí.

-Sabemos que eres una bruja, sólo una de ellas se escondería aquí. Hemos venido a juzgarte por tus actos. Has matado a una persona, ahora nosotros te robaremos la vida a ti tal y como se la robaste a ella.

La mirada del alcalde resplandecía cómo sólo podían hacer los ojos llenos de odio mientras hablaba. La sensación de tener a alguien acorralado le entusiasmaba. Se acercó a ella y sin que los demás le escucharan la agarró del brazo e intentó conseguir aquello que ansiaba.

-¿Dónde lo escondes, bruja?-su voz era la pura avaricia.

-No sé de qué me hablas.

-Te quemaré aquí mismo si no me dices dónde está.

Por su tono Julia sabía que sería capaz de ello. La consideraban bruja y además había matado a la señora Ivana, no tendrían reparos en hacerlo. Sabía que ese era su final, no podía darle aquello que desconocía y se veía perdida. Entonces una triste sonrisa apareció en su rostro y comenzó a cantar la única canción que se sabía. El bosque, conmovido, hizo crecer flores a sus pies. Ante tal imagen el alcalde se apartó de ella con asco y ordenó a los demás que cogieran las antorchas y el aceite para rociarla y empezar con su venganza. Julia era consciente de lo que pasaba a su alrededor pero intentaba no serlo. Seguía cantando como para ahuyentar todo el miedo que se alojaba en su cuerpo. En su canto el bosque pudo ver todo lo que no decía. Veía el miedo, siempre presente en su voz, pero sorprendentemente también veía una fuerte melancolía. La vida de la mujer terminaba ahí, por fin había sido feliz después de tanto tiempo, su paso por el mundo debía acabar cuando estaba en el culmen y no antes ni después. Por eso no pedía ser salvada con su voz, por eso no veía súplicas en su canción.

De pronto calor en la fría noche, tan intenso que tuvo que dejar de cantar por un momento, pero su voz volvió a surgir más fuerte que antes oyéndose por todas partes. El canto era tan fuerte que los hombres se asustaron y salieron huyendo de allí. La muerte vio que se alejaban pero no se preocupó, instantes después les encontraría perdidos y asustados y les tendería su mano para llevarlos con ella.

Julia seguía cantando, pero su voz se fue haciendo cada vez más débil...y más...y más...hasta que sólo quedó el silencio, el fuego y un  bosque desesperadamente triste en llamas.


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