martes, marzo 29

Tiza

Casi me olvido de la tiza. No, aquí está. Me voy con ella casi corriendo hasta mi objetivo, mientras miro a un lado y a otro para que no me vea nadie. No quiero gente, necesito soledad, pero sigo teniendo la sensación de que alguien me observa. Escribo y escribo, mis dedos empiezan a rozar la superficie como avisándome de que ya es hora de acabar. Un poco más, me digo, y ya está. Pero parece no terminar. Mis dedos sangran pero no me doy cuenta de ello, quizás las palabras necesiten algo de vida y las humedezco con ella.

Terminé. Lo miro y en ese momento paro de sangrar. Mis dedos ya saben que no voy a escribir más ahí y descansan. Corro a refugiarme en cualquier sitio para que nadie sepa que he estado ahí, tenía que ser un acto invisible. Por el camino no me encuentro con nadie, pero empieza a llover. Quizás todo se borre con las gotas que caigan allí, qué efímeras las palabras, no han durado de pie ni una noche.

3 comentarios:

John Keats dijo...

Y sin embargo, sus ecos retruenan por el resto de los tiempos en las cavernas de la eternidad, como un murmullo continuo de recuerdos que no se borran.

John Keats dijo...

Cómo cambian las palabras, al mirarlas desde otro dado.

No sangraron los dedos en vano, portaban carros de felicidad.

Aura Gris dijo...

La herida ya no se recuerda, la sangre murió para darle vida por fin a las palabras.