lunes, agosto 29

Una ola a las once

Desperté, y al saludar a la mañana desde la ventana, me di cuenta de que no llevaba ropa. Me sentía libre. Me desperecé sin ningún recato con las cortinas abiertas pero despacio. La luz parecía cubrir por entero mi piel. Cómo me gustaba esa sensación de ver pasar a la gente por la calle y que ellos no se percataran de mi mirada desnuda. Alcé un poco más los ojos para posarlos en el mar pues, aunque vivía lejos de él, había encontrado un hueco por el que se divisaba una ola a las once de la mañana. Llegaba tarde, eran las once y dos minutos. Se me había pasado la hora. Sin dilación, fui calle abajo. Nadie se fijaba en mí ni en mi desnudez. Era más libre aún. Despacio llegué a orillas del mar para ver mi ola; pero en vez de eso preferí sentirla. El agua estaba tan fría que no tardó nada en recorrerme. La sentí introducirse entre mis piernas y antes de que el escalofrío terminara, se puso a llover. El agua parecía querer besarme, pero no llegaba hasta mi boca ni con la ola más alta, así que metí la cabeza rápido, antes de que la lluvia se adelantara y lo conseguí.

3 comentarios:

John Keats dijo...

Fundiéndote con el agua, no somos más que líquido elemento.

Aura Gris dijo...

Siempre somos agua.

John Keats dijo...

Aunque a veces en forma de hielo