miércoles, enero 11

Cuatro minutos y diecisiete segundos

Se amaban de noche pero se odiaban de día. Apenas si podían verse cuando el sol se alzaba de madrugada. Cuatro minutos y diecisiete segundos eran lo que tardaban en dejar de aguantarse. Ni uno más ni uno menos. Exactamente eso. Pasado ese tiempo era necesario que se apartaran el uno del otro, o el lugar donde se encontraran podía acabar totalmente destrozado por un repentino vuelo de objetos sin miramientos. Lo malo de los días era que no podían evitar buscarse. El placer de la noche era tan intenso que necesitaban más. Pero pasado ese tiempo límite lo único que había era desesperación y odio. Aún así, volvían a buscarse una vez más y otra hasta que el sol se caía de puro cansancio.

Nadie ha encontrado explicación a tal acontecimiento. Se cree que la luz dejaba al descubierto todos sus defectos y se mostraban tal y como eran, cosa que no eran capaces de aceptar. De noche era diferente, la oscuridad todo lo tapaba y podían mirar pero sin ver demasiado. Se dice también que tenían miedo a conocerse pues se parecían demasiado el uno al otro. ¿Y quién es capaz de soportar sus propias debilidades?

1 comentario:

John Keats dijo...

Si te digo que la noche es ciega y el día claro, te miento. Cuando mejor se veían era de noche, cuando usaban el resto de sus sentidos para conocerse.

Ellos lo sabían, y por eso nunca se separaban