viernes, septiembre 30

La señora de las gafas

Me desperté desorientada, miré el reloj y puse la radio. Era la primera vez que la escuchaba por mi propia voluntad desde hacía mucho tiempo, años quizás, muchos. Sintonicé la voz que quería escuchar. Me costó un rato, no era voz que se dejara encontrar tan fácilmente, pues las más graves se suelen esconder en zonas subterráneas. Cuando la encontré, le hablaba gente contando su situación económica, en este caso una anciana, que tenía que sobrevivir con una pensión de mierda que la daba lo justo para comer y poco más, pues no podía afrontar ningún tipo de gasto extraordinario, como fuera la compra de unas gafas que tenía rotas. Se me encogió el corazón al oír a la anciana desmoronarse en la radio. ¿Cómo habíamos llegado a esta situación? Una persona viviendo de esa manera, y como ella habría muchas más. ¿Por qué se hacen recortes donde ya no se puede recortar más? ¿Por qué siguen los grandes sueldos donde están y los grandes gastos y todo ese despilfarro de dinero? Es muy hipócrita decir que no hay dinero, pedir comprensión, cuando gastas cantidades vergonzosas en cosas que no sirven para nada o en visitas celestiales. El hijo de Dios iba en sandalias y vestía con trapos. ¿Por qué su representante en la tierra está rodeado de objetos brillantes cual urraca? Me le imagino durmiendo rodeado de joyas, como el tío Gilito, contando sus riquezas cada noche.

Cuando escuché a esa mujer, me di cuenta de que el dinero para mí no era nada, no lo necesitaba para sobrevivir, sino para vivir mejor. Tenía que dar con ella, tenía que ayudarla aunque fuera con lo poco que tenía. Yo no lo necesitaba, podía seguir viviendo sin ello. Conseguí su teléfono, pero no me decidí a llamarla hasta el día siguiente. Cuando iba a hacerlo me encontré con algo que nunca me hubiese imaginado: otras muchas personas la habían estado llamando desde el momento mismo en que llamó a la radio para ayudarla con lo que fuera. Siempre había pensado que el ser humano era egoísta por naturaleza, pero esa muestra de generosidad me ha hecho cambiar un poco mi opinión. ¿Aún queda bondad en el mundo? Creo que sí, más de lo que creemos.

1 comentario:

John Keats dijo...

Pero no demasiada, y hay que cuidarla poco a poco para que no se vea desperdiciada y olvidada.