miércoles, septiembre 14

Sin nombre

Al despertar le costó mucho abrir los ojos; la luz golpeaba la habitación en intervalos continuos. Claro, oscuro, claro, oscuro. No podía soportarlo. Cogió el paquete de cigarrillos que tenía siempre a mano, sacó uno y se lo encendió. La llama de la cerilla también era un golpe para sus ojos. Le encantaba el sabor tostado de esos cigarrillos. Siempre que su economía se lo permitía compraba un cartón y fumaba hasta que la cabeza le daba vueltas. Sabía que era excesivo, pero maltrataba su cuerpo desde que tenía uso de razón y lo seguiría haciendo hasta su, posiblemente, temprana muerte.

Decidió que esa mañana no tenía hambre, el cuerpo que había tendido a su lado se la había quitado. No recordaba su nombre. ¿Vanesa? ¿María? Daba igual, seguro que le había dado un nombre falso, como él hizo con ella. Cuanto menos supiera mejor. Aún así, le suscitaba curiosidad saber su nombre real. Aunque sólo fuera eso, un nombre, el cual no significaba demasiado, pues la identidad te la das tú mismo y no tu etiqueta. Rebuscó en el interior de su bolso como un maníaco, sólo por si encontraba su DNI. Nada, ni rastro. Era una desconocida. Tampoco se acordaba de cómo había sido en la cama. Demasiado ron. Le entristecía no recordar el polvo de aquella noche, se enorgullecía de dejarlas a todas afónicas, pero aquella vez no sabía si había pasado o no, no recordaba sus gritos de placer. Supo que hubo sexo por los cuatro condones usados del suelo, si no hubiese dudado. Fue a recogerlos, su visión le provocaba arcadas, y se dio cuenta de que uno de ellos estaba manchado de sangre. Asqueado, los tiró por la ventana. ¿Esa sangre cómo había llegado allí? Ah, sí, cuando la había matado aún lo llevaba puesto. Eso sí lo recordaba.

1 comentario:

John Keats dijo...

Cada vez sos más cruel y despiadada.

Lo cual es bueno.