miércoles, enero 5

Unos versos en un garaje

Con la mochila a cuestas caminaban por un pequeño gran pueblo de nombre...bueno, eso en realidad no importa demasiado en esta historia. Un nombre es sólo un nombre. El sol brillaba y a veces también llovía, algo no muy extraño durante esos días. Luces y sombras se encontraban por doquier sin conocer los caminantes qué era lo que imperaba ahí donde pisaban. La joven vomitaba cada paso, sangraba cada movimiento. No dejaba de pensar que no podría continuar pero terminaba la jornada y al día siguiente volvía a empezar. Aún así la tristeza se apoderó de ella, no notaba dónde pisaba ni veía lo que miraba. Pero entonces oyó una voz que los llamaba: un anciano en la puerta de un garaje a entrar les invitaba. "Quieren robarnos" pensó. Pero aún así se acercaron, él con curiosidad, ella demasiado cansada para decir que no a nada. "Si me roban al menos me libran de este peso". Pero el hombre era todo inocencia. Sólo quería un poco de conversación y algo de compañía. La joven estaba distraída, su mente se nublaba y casi no veía. Entonces el anciano le dijo al joven que la acompañaba "¿Le recitamos unos versos?" Hablaban de sus ojos, pero...¡maldita memoria! Sólo queda ya la sensación de ese momento, del Don Juan octogenario mirándola fijamente y del peso que de forma inexplicable se tornó inexistente.

2 comentarios:

John Keats dijo...

Hombres felices aquellos que buscan la compañía de los demás como única ocupación final.

Sé añoran estos momentos.

Aura Gris dijo...

Volverán.