jueves, noviembre 4

Capítulo siete

Tengo que coger un autobús. Me llevo un libro por si en algún momento un asiento se queda solo y triste, y me permite hacerle algo de compañía mientras le leo algo del señor Cortázar. La rayuela me lleva al capítulo siete. Nada más leer la primera frase sonrío para nadie que esté por allí cerca. La recuerdo tanto que se me había olvidado su existencia, pero aparece muy clara ahora. Sigo leyendo. Cada frase, cada palabra me recuerda que en un momento dado quise mostrar algo que no conseguía expresar, pero este buen argentino me ayudó a ello. Habla sobre un pequeño gesto que, a pesar de lo efímero, consigue estremecer.

Me llevo el libro para volver a enseñarlo, preguntándome si la memoria de los demás funciona de forma similar a la mía. ¡Maldición! Supongo que no todo el mundo es capaz de esbozar una sonrisa por la misma prosa, aunque se haya compartido en el mismo momento. Supongo que si el que leyera el libro no fuera yo, no se hubiese parado a disfrutar tanto del capítulo siete.

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