jueves, noviembre 18

Relato (tercera parte)

Mientras, en la aldea, los vecinos estaban traumatizados por la muerte de Ivana. Y el alcalde convocó una asamblea para decidir qué se podía hacer y calmar un poco los ánimos de todos. Muchos de los habitantes decidieron mantenerse al margen, porque aunque en el fondo sospechaban quién había sido la culpable, algunos sentían terror de que algo pudiese pasarles si acudían a la reunión pues corrían rumores de que la señora Julia era una bruja y otros no iban porque le tenían cierta simpatía no confesada. Aún así, uno de estos últimos, el señor Guillermo, el carpintero de al aldea, decidió asistir con el fin de dar un poco de sentido común.

La iglesia fue el lugar de encuentro. Todos se sentían a salvo allí de los rumores de brujería. El marido de Ivana no dejaba de repetir mecánicamente las mismas palabras. Todavía no se creía que su esposa no fuera a gritarle nunca más. Él fue quien la encontró cuando, al despertar e intentar tocarla como todas las mañanas, se topó con la cama vacía. Sorprendido, la llamó por la casa y al ver que no obtenía respuesta salió a buscarla. La leña estaba a medio cortar. "Qué extraño" pensó y siguió andando sospechando que algo pasaba. Y allí se la encontró, en la puerta de esa vieja chiflada, rodeada de sangre. Esa imagen y la fuerte luz de la mañana que hacía que el rojo fuera aún más brillante le hicieron vomitar sobre su propia esposa, algo de lo que nunca se recuperaría.

Las voces de la multitud le hicieron volver a la realidad, a la asamblea. En ese momento el alcalde se ponía en el centro del grupo y alzaba la voz para que se le oyera mejor.

-Buenas noches a todos. Como ya sabéis, la señora Julia ha matado a nuestra vecina Ivana. ¡Silencio! Y estamos aquí para decidir qué hacer al respecto. Las pruebas están claras y el castigo también, por lo que no nos llevará mucho tiempo.

-¡Un momento!- un grito se abrió paso hasta el centro. Era Guillermo, el carpintero- ¿Cómo podemos tenerlo tan claro? Es evidente que la muerte y la desaparición están ligadas, pero ¿y si no hubiese ocurrido como piensan?- su voz temblaba ligeramente. Era consciente de que en el pueblo le tomaban por raro, no muchos querían hablar con él y su carpintería prácticamente siempre estaba vacía, por lo que sus palabras no serían bienvenidas.

-¿Piensan?- escupió el alcalde con fuerza- ¿acaso usted no ve las evidencias?

-No puedo estar de acuerdo cuando ni ustedes mismos lo tienen claro. Sólo quieren una excusa para acusar a la señora Julia. Siempre la odiaron.

-¿Cómo osas? Esa mujer chupaba nuestras energías, por su cuerpo sólo corría viejo veneno y maldad. Estaba podrida al igual que toda su estirpe. Nunca nos agradeció que la acogiéramos en la aldea cuando apareció aquel día harapienta y casi inconsciente. La cuidamos y la atendimos como si hubiese nacido aquí, la dimos una ocupación y una casa, y aún así lo único que tenía para darnos eran malas miradas.

-Lo único que hicisteis fue controlarla. Habíais oído hablar de ella y de las riquezas que se decía que poseía. Esos rumores corrían por todas partes. La fuisteis apagando poco a poco hasta que casi no quedó nada de esa pobre mujer, tan sólo una sombra. Se deslizaba por aquí como si en realidad no existiera. Malditos ambiciosos, vosotros sois los asesinos. Vuestro corazón está podrido y vuestra alma sucia.

-¡Silencio! Es suficiente palabrería por hoy. Alguacil, llévatelo de aquí y enséñale que no es necesario hablar más de la cuenta.

La cara del carpintero se volvió blanca. No opuso resistencia pero no permitió que el alguacil le pusiera una mano encima, y antes de irse miró al alcalde con fuego en los ojos y le escupió sobre los pies.

-Muy bien, ahora que ya no hay distracciones, vayamos al asunto que nos ocupa. Esa vieja bruja ha matado a una amada vecina y no podemos quedarnos de brazos cruzados. Sabemos perfectamente dónde se esconden las practicantes de magia negra. Tenemos que ir a por ella.

-¡¡Que lo pague!!

Y así, delante del altar se planeó un asesinato que hizo estremecer hasta a la propia virgen, de cuya mirada acusadora nadie se percató.

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