viernes, noviembre 19

Relato (cuarta parte)

Pronto Julia empezó a familiarizarse con todo. Hablaba con el bosque. Él lo era todo y a la vez no era nada. Solía notar su presencia a pesar de la inmensidad del terreno. Notaba que estaba ahí, le sentía cuando una brisa cálida le acariciaba o incluso cuando reía le sentía, pues la luz se volvía más blanca. Él la guiaba a veces a lugares donde nadie había estado. Julia se abrumaba por tanta belleza. Pequeños mareos la invadían el cuerpo cuando se encontraba con algo que nadie nunca antes había visto; sus ojos eran los primeros en posarse. Nunca había necesitado mucho para ser feliz, lo ostentosamente material no la interesaba. La gustaba pasar por el mundo disfrutando de las pequeñas cosas que la rodeaban, había mucha magia en todo, pero era necesario prestarle un poco de atención. Estos pensamientos ya no estaban sólo en su cabeza, ahora los compartía. Compartir lo que rondaba por ahí...eso no lo había hecho antes, nadie se paraba a escucharla de verdad.

Así pasaron los días. Aunque no se pudiesen comunicar con palabras, en el silencio conversaban horas. Existía entre ellos una gran conexión. Una noche, él quiso guiarla hasta un pequeño lago un tanto escondido y que aún no la había enseñado. La condujo con nerviosismo hasta él. Debido a ello, se equivocó de camino unas cuantas veces. Tenía demasiadas ganas de que lo viera. Llegaron por fin y Julia se quedó ensimismada mirando la escena. La luna se intentaba abrir paso apartando las ramas, pero sólo conseguía que una pequeña parte de su resplandor llegara hasta el agua. Deleitándose con el reflejo no se dio cuenta de que crecía. Cuando se quiso dar cuenta, una figura de agua con forma humana estaba frente a ella.

Julia se quedó sin aliento, no sabía qué hacer ni qué decir, sólo le miraba. Se miraban con tanta intensidad que ya no sabía dónde estaba. Iba a decir algo, para ese ser aguado la hizo callar suavemente poniendo su mano sobre sus labios. Nada más tocarla supo quién era él. Aún no se quitaban los ojos de encima, no podían dejar de asombrarse de la belleza del otro, pensaban que si parpadeaban se perderían algo. Ella le acarició la cara, quería sentir su calor. Él se estremeció al notar el suyo. Cada vez se tocaban más, estudiando el cuerpo del otro con avidez. Se besaron con una sed impropia. Nada existía ya, sólo ellos, sus bocas y sus manos. Extasiados, se volvieron uno solo, con un mismo movimiento y un mismo aliento cada vez más rápido; hasta que al llegar al éxtasis, el agua perdió su forma para convertirse en pequeñas gotas sobre el cuerpo de Julia que no pretendían moverse de allí.

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